miércoles, 21 de diciembre de 2011

¿Por qué lo llamamos cuento y no lo llamamos democracia?

Sin duda el absurdismo, esa maravillosa corriente del humor que no hay quien entienda, y por tanto, no hay quien logre criticar sin reírse un buen rato, es un instrumento perfecto para analizar la sociedad en la que vivo.

Si tratásemos de hacer un análisis serio, reflexivo y justificado de esta tierra canaria, el resultado final vendría siendo, poco más o menos, un largo y tedioso informe sobre por qué todo está mal hecho, y por qué hasta el último patán de esta tierra tiene un puestito con pesebre, mientras que las mentes formadas y capaces emigran a Alemania, USA, o Singapoore.

Sin embargo ¿qué gracia hay en ello? Abundan esas reflexiones sesudas por la red, llenas de datos y con toda la razón del mundo en sus conclusiones. Pero, digo yo ¿ha servido eso de algo? ¡Pues claro que no! Esto es Canarias, donde invertimos 50 millones de euros en proyectos para aprovechar "energía eólica en el océano profundo", alardeando al mismo tiempo de ser referente mundial en ello. Y sin ningún bochorno y ninguna vergüenza, porque luego lo publicamos en el Boletín Oficial de turno y santas pascuas. Somos así de guays.

La seriedad está bien cuando uno trata con gente seria. Cuando un cliente habla conmigo recibe respuestas cordiales y concretas, sin chistes o comentarios jocosos. Cuando, sin embargo, hablamos con uno de los muchos "trabajadores públicos" de esta tierra ¿cómo vamos a decirles nada con seriedad?
Me resulta imposible imaginar a Paulino Rivero, Jose Manuel Soria o el señor triste con pelo blanco del PSOE, entendiendo cosas como que deben respetar a los canarios sobre los que gobiernan.

¿Para qué iban a respetarlos? En esta tierra los canarios, cerca de 1.400, los españoles "canarizados", cerca de unos 600.000, y los apátridas (que no constan en censo alguno, pero haberlos "haylos") no pintamos nada. Cierto, pagamos religiosamente sus sueldos y votamos religiosamente cuando ellos nos dicen que podemos y tenemos que hacerlo. Pero para poco más nos necesitan.

Alguna que otra vez se nos ocurre la locura de quejarnos públicamente, y ¡Oh locuelos nosotros! hasta protestamos con manifestaciones, actos de protesta y cartas o comunicados. Somos unos auténticos bárbaros, unos yonkis del activismo, unos ciudadanos muy reivindicativos. A veces, incluso, hasta le quitamos el "Don" al político. Qué gamberretes.

Y aquí nos tienen. A los dos millones de habitantes, cabra arriba, lagarto abajo. Bien enseñaditos a votar cada cuatro años, donde ellos nos digan, usando los papeles que nos indiquen y a las siglas y colores que tengan a bien pintar en los papelitos.
Que no se nos ocurra pensar que, tal vez y posiblemente, algún otro método sería mucho más democrático y mucho menos proclive a la corruptela institucionalizada. Puede que un método que no implique que los varios miles de personas que viven del erario público decidan quién puede y quién no puede vivir de ese erario público.

Porque tal vez, y lo digo a riesgo de sonar como un terrible radical, deberíamos ir planteándonos un cambio de paradigma. O con menos floritura, deshacernos de estas leyes tan bien redactaditas por los cuatro políticos de turno y hacer unas nuevas, que les vayan menos como un guante a esos miles, y mucho más a la medida de estos dos millones que les pagan el sueldo.

Incluso, haciendo un temerario ejercicio de imaginación, podríamos oír a alguien hablar, alborotadores sin duda, acerca de que va siendo hora de que en Canarias haya una pequeña Revolución.

Este análisis, pequeño pero conciso, es el resultado de la aplicación en la práctica del absurdismo como método de análisis socio-político. Que igual suena a que hay que hacer una carrera de muchos años y un par de máster (del Universo) para dominarlo; cuando en realidad basta con dejar salir un poco de bilis mientras se sonríe. Evitar toser en el proceso o el resultado puede ser muy pringoso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario